Aunque el título bien pudiera parecer un mal chiste extraído de una comedia de situación, la realidad muchas veces supera la ficción:

“¡Hola! ¿Cómo estáis en Elche Acoge? ¿Bien? ¡Me alegro! Me llamas para… Ah, ¿una mejora de empleo? Me encantaría… Uy, no puedo seguir hablando. Mi jefa me tiene prohibido responder llamadas o hablar con otras personas durante mi jornada. Cómo se dé cuenta, me va a quitar el móvil (otra vez). ¿De cuánto es mi jornada? Pues no lo sé… ¿De cuánto es una jornada si trabajas de lunes a domingo, interna, sin permiso para salir a la calle más que 2 horas los domingos por la mañana? Ya… Lo siento…Tengo que colgar.” (F.S).

Podría parecer que la esclavitud es cosa del pasado, donde algunas personas servían a otras bajo unas condiciones denigrantes y que atentaban contra la libertad individual. Sin embargo, en el siglo XXI existe la llamada esclavitud moderna, que, si bien varía en la forma, sigue suponiendo una vulneración de los Derechos Humanos para quien la sufre.Según el informe GSI (Índice Global de Esclavitud), en la actualidad más de 40 millones de personas viven bajo esta condición y siguen padeciendo las consecuencias de un sistema imperfecto que permite que individuos sean obligados a trabajar en condiciones infrahumanas sin que puedan negarse debido a la coerción, las amenazas o el abuso de poder (especialmente, cuando la situación documental es constituyente de delito administrativo – Ley de Extranjería -, o la persona empleada se encuentra al frente de una familia).

Entre las principales causas de la esclavitud moderna se encuentra la pobreza, que vuelve más vulnerables a las personas que la sufren. De todos los factores que determinan que una persona esté viviendo una situación de pobreza, el que más influye es el género. Las mujeres son, a lo largo y ancho del planeta, las que más sufren la desigualdad y la pobreza, y son múltiples los factores que influyen para crear y mantener esta realidad: la disparidad de ingresos, el menor acceso de las niñas a la educación, la brecha salarial, el trabajo estacional y la situación de familias monoparentales, entre otros. Sobre este último factor, tomando como referencia el indicador europeo AROPE (tasa de riesgo de pobreza o exclusión social), uno de cada dos hogares de este tipo (el 50%) están en riesgo de pobreza o exclusión, siendo encabezados por una mujer en la mayoría de los casos.

Un ejemplo de esclavitud es el denominado “trabajo en servidumbre”: se refiere a las personas que contraen un préstamo o cargan con una deuda y se ven obligadas a trabajar muchas horas, en pésimas condiciones y por un salario irrisorio para hacer frente a esos pagos. Y es que ¿quién no tiene deudas? ¿Quién desea exponerse al desahucio y al desalojo? ¿Qué persona deja su país atrás, en pro de una mejor calidad de vida, para finalizar su vida como una persona sin hogar? ¿Quién entonces es libre del trabajo en servidumbre?

Las mujeres migrantes trabajadoras se sitúan en los estratos más bajos de la estructura ocupacional, en aquellas actividades más precarizadas, menos remuneradas y valoradas socialmente. Un alto porcentaje de ellas trabaja en el servicio doméstico, existiendo una sobrerrepresentación dentro del sector, aun cuando la formación y experiencia adquiridas en sus países de origen les capacita para realizar un trabajo cualificado.

Las mujeres suelen ser las responsables de los cuidados de familiares y de las tareas del hogar, lo que conlleva una sobrecarga de trabajo y mayores dificultades para conciliar la vida laboral con la personal. La situación se agrava en el caso de las mujeres migrantes debido a la ausencia de redes sociales y apoyos familiares. Así, tanto el aislamiento social y la carga de responsabilidades familiares adicionales, como la falta de reconocimiento de cualificaciones, dificultan la búsqueda de empleo.

El Informe sobre la Integración Laboral de la Inmigración (2022) del Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia es claro al respecto de la situación de las mujeres migrantes que se encuentran trabajando: casi el 30% de las trabajadoras extranjeras tienen contratos a tiempo parcial y un 12% trabajan a través de contratos verbales, mientras que la temporalidad alcanza el 35%. La brecha salarial por nacionalidad llega al 37%. Y así, la vulneración de derechos y la triple discriminación (por ser mujeres, por ser migrantes y por ser trabajadoras) están servidas.

En el Día Internacional de la Mujer, desde Elche Acoge, denunciamos el mantenimiento de la explotación laboral y la esclavitud moderna, la presión social que fuerza a mujeres venidas de todo el mundo, a callar, a mantener la mirada baja mientras realizan tareas que nadie valora, de las que nadie habla. Trabajos que pesan en el alma y que no alcanzan para nada.

 

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