Como cada año, ponemos en marcha el programa Atención psicosocial y empoderamiento personal de mujeres, gracias a nuestro financiador Fundación La Caixa. Y con él, iniciamos diferentes actividades que nos permiten el desarrollo de la autonomía, la autoestima y el fortalecimiento personal de mujeres. Entre las actividades que difundimos y realizamos, encontramos los testimonios personales y reales de diferentes mujeres que participan en nuestros grupos. Con este tipo de testimoniales, conocemos en primera persona las experiencias personales y los procesos vitales de otras mujeres, y esto nos permite desarrollar nuestra empatía y saber que no estamos solas en este proceso.

A continuación, os presentamos el primer testimonial:

Soy madre inmigrante. Ésta es mi historia. 

 

Mi nombre es O. , tengo 38 años y soy venezolana. Estoy casada y soy madre de un bebe de dos años.

Mi marido y yo llevamos casados 13 años. Nuestro mayor sueño, como el de muchas parejas de recién casados, era formar una familia. Sin embargo, en el año 2006, nos comunicaron un diagnóstico que nos devastó: debido a nuestros antecedentes de obesidad mórbida, se nos consideraba infértiles. ¡No íbamos a poder tener hijos! ¡Fue tan triste! Fueron 2 años muy duros.

En 2008, decidimos que era momento de poner fin a nuestro duelo. Queríamos buscar la felicidad de otra manera, llenar el vacío que la infertilidad había abierto en nuestros corazones, y consideramos que la mejor manera sería dedicarnos a hacer trabajo social con los niños abandonados de nuestro país, Venezuela. Así, nos dedicamos a visitar hospitales y recolectar suministros (alimentos, ropa, medicamentos, etc.).

También colaboramos con varias entidades como la Fundación Martins (en la que apadrinamos varios niños con parálisis cerebral) y la Cruz Roja.

Formamos parte de la Organización Santa en las Calles de Valencia (Carabobo, Venezuela), entidad dedicada a recolectar donativos destinados a que las personas en situación de calle y/o en hogares de asistencia social, puedan vivir una Nochebuena y Navidad dignas.

Por una vez, la obesidad fue motivo de alegría: mi marido se convirtió en el Papá Noel de nuestra ciudad, lo que nos dio muchas satisfacciones. Ese amor maternal/paternal que tanto necesitábamos pudimos ofrecerlo y recibirlo de muchísimos niños.

Tras años de trabajo solidario sanador, recibimos nuevamente una mala noticia: el único familiar de mi esposo en España (mi marido desciende de españoles e italianos emigrados a Venezuela), había fallecido. Mi marido, como único heredero con plenas capacidades (el hermano de mi esposo sufre retardo mental y discapacidad de lenguaje), debía hacerse cargo de los trámites de decesos. Así, en Octubre de 2015, pisamos por primera vez suelo español. Permanecimos en la ciudad de Granada durante 2 meses, en que además de despedirnos con gran pesar del familiar y recuperar recuerdos familiares de gran valor emocional, debimos afrontar trámites como el pago de deudas e impuestos, la adecuación de la vivienda (invadida de basuras como consecuencia del Síndrome de Diógenes sufrido por nuestro familiar, que falleció y permaneció sin vida en el domicilio hasta 16 días), para su posterior venta.

Nuestro regreso a Venezuela fue agridulce, porque a pesar de haber estado en una ciudad tan hermosa como Granada, nuestra estancia allí no había tenido nada que ver con turismo y experiencias positivas. Sin embargo, Dios nos tenía algo preparado… Nunca olvidaré aquel 15 de Marzo de 2016: ¡estábamos embarazados! El clima, la alimentación de Granada, y nuestro enfoque positivo frente a los problemas, habían obrado el milagro. ¡Íbamos a tener a nuestro “galleguito” a nuestro lado! Y así, en Octubre recibimos a nuestro Mateo Andrés amado.

Meses después, a inicios del año 2016, unas conocidas nos propusieron invertir económicamente en el traspaso de un negocio en Elche (Alicante). Considerando que la situación en Venezuela a nivel social y humanitario estaba empezando a complicarse, decidimos embarcarnos en el proyecto laboral, y emigrar a España.

Nuestra familia, deseosa como estaba de ver crecer a Mateo, debió despedirse de él, en pro de un futuro libre y menos incierto. También mi esposo quedó allá: necesitaba tramitar la venta de nuestros bienes y salir del país con la documentación (como ciudadano español) en regla. ¡Tremenda pena!

En Noviembre llegué a España con una maleta llena de lágrimas, esperanzas, juguetes, recuerdos y sueños. La tranquilidad de contar con un negocio en el que había invertido, que me permitiría trabajar y desarrollarme, así como con el apoyo de unas socias que me acogerían en su hogar, me infundía fuerzas para afrontar este nuevo reto, acompañada de mi pequeño.

Sin embargo, todo se torció pronto. Lo que parecía un negocio seguro, se fue convirtiendo en un pozo sin fondo de gastos y malos tratos. Mis socias gestionaban e invertían el capital que yo aportaba, sin pedir opinión, para pagar deudas que ignoraba que existían, así como para otras cuestiones de las que no me informaban, lo que derivó en una quiebra (a mi juicio, en una estafa). Mis socias justificaron el cierre del negocio haciéndome responsable del fracaso por “estar demasiado conectada a Venezuela y la familia que allí tengo” y “por anteponer el cuidado y las necesidades de mi hijo a la empresa”.

Además, en los meses en que duró el negocio, me vi en la obligación de inscribir a mi hijo en una guardería por las constantes quejas (les estorbaba su simple presencia: les molestaba que llorara, que tocara, que demandara tomar pecho, que hiciera sus necesidades, etc.). Me dolió mucho pasar horas separada de mi niño, pero en su maestra encontré un gran apoyo y una excelente profesional en la que confiar el cuidado de Mateo. ¡Gracias a su aval pude alquilar una vivienda para nosotros solos!

Los siguientes 6 meses fueron muy complicados. Había invertido un 75% del dinero que me quedaba, tras la inversión fallida, en la fianza para el alquiler, y empezaba a pasar apuros. Sin contactos, más allá de conocidos que únicamente me ofrecían palabras vacías de consuelo, me encontraba abrumada. Seguía llevando a mi bebé a la guardería para que no me viera llorando todo el día. No sabía a dónde acudir ni cómo iniciar la búsqueda de empleo. Si acudía a presentar mi candidatura para una oferta de trabajo, me rechazaban por mi nacionalidad, o por mi aspecto, sin darme la oportunidad de demostrar mi valía, mis habilidades y capacidades (soy Licenciada en Educación Infantil y Especial de la universidad pública más grande e importante de mi ciudad). Me preguntaba si alejar a mi hijo de su papá y sus abuelos, dejar mi casa, mi negocio, mis comodidades no habría sido un error…

Di con ELCHE ACOGE, buscando por internet alguna ayuda. La psicóloga me integró a un grupo de mujeres inmigrantes como yo, y así, sin esperarlo, una de las compañeras asistentes, la Sra. Gladys, me ofreció un trabajo. ¡No lo podía creer! ¡Si apenas me conocía! Así, tras 6 meses en España conseguí mi primer empleo, cuidando de dos abuelitas maravillosas.

Desde la distancia, me siento apoyada y juzgada a partes iguales. Saber que cuento con trabajo hizo que mi familia se alegrase. Sin embargo, saberme trabajando de “criada” (como ellos dicen), les hace dudar si merece la pena el esfuerzo para “quedar en eso”, en un puesto muy alejado de mis competencias y conocimientos, y que, además, me impide pasar todo el tiempo que quisiera con mi niño (motivo más que suficiente para poner en duda mis acciones como madre) …

¿Mi respuesta? Por mi hijo, SÍ MERECE LA PENA. Soy humana, soy mujer, soy madre, soy esposa, soy hija, soy profesional, y me permito sentir en cada unos de esos roles y etapas de la vida. Estoy en un proceso de adaptación, donde me permito sufrir, pero también aprender y valorar esas pequeñas cosas que a veces perdemos de vista. Mi hijo es feliz, el brillo en sus ojos lo dice todo. Puede ir a un parque a jugar, libre, sin temor a las balas; tiene lo que necesita, como atención sanitaria o cuidados de una maestra fantástica. Sé que aquí no le faltará de nada, aunque tenga que trabajar de “criada”, una labor que respeto y realizo desde el amor y la motivación de dar a Mateo un futuro mejor.

Hoy estoy un poco más fuerte, me siento más feliz en Elche, una tierra que me tiene enamorada por su clima, sus palmas y su precioso cielo azul. Me siento más integrada, menos invisible, menos extraña, más en casa.

¿Cuándo podremos volver a estar juntos, como una familia? No lo sé, pero aquí seguiré, luchando por Mateo y por su bien.

¡Venezuela, te extraño! Ojalá estés orgullosa del trabajo y el sacrifico de tus hijos amados que, como yo, se alejan, pero no te sueltan de la mano.

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